jueves, 10 de noviembre de 2011


Sistema electoral: Reformando la democracia (I).


A pocas semanas de que nos embarquemos en unas nuevas elecciones generales, nos hallamos ante lo que se considera como pilar fundamental del ejercicio de la democracia, así casi sin darnos cuenta.

Uno de los términos más incuestionables de la ciencia política actual, quizás por detrás de la noción de Estado y gobierno, es la noción conocida como Democracia; de entre las formuladas por Aristóteles para gobernar los estados la de más amplia aceptación y extensión en el mundo. Pero, más allá de la raíz griega del término la conceptualización del mismo parece poco sencilla, en particular la descripción de su sistema electoral: es decir, el modelo escogido de reglas que arbitren el juego competitivo que son las elecciones, con las que en última instancia se configura la estructura política de los estados. Así, podemos encontrarnos con que modelos aceptados y practicados en un lugar o un espacio de tiempo determinado pueden radicalmente no serlo en otro.

Así, el paradigma democrático de la Grecia clásica; la participación directa de tipo asambleario, en su corta vida, se fundamentaba en el voto sólo permitido al ciudadano (ni a la mujer ni al extranjero) y la aceptación de la existencia de esclavos para llevar a cabo las labores arduas que permitían al ciudadano participar. 

A lo largo del siglo XIX, en Europa surgirán modelos basados en el mandato representativo –esto ya nos suena más- pero apoyado en un sufragio censitario y una primacía de los derechos individuales sobre los colectivos, que hoy día tendría muy difícil defensa.

Habrá que esperar, por tanto, hasta el siglo XX, de la mano de la constitución de la república del Weimar de 1919 (a pesar de que el sufragio universal se introdujera en Europa durante el siglo XIX) para ser testigos del germen del actual modelo de democracia basada en el mandato representativo por sufragio universal que, tras la segunda Guerra Mundial, daría paso a las "Olas democratizadoras" que describe Huntington para generalizar este sistema político a lo largo y ancho del mundo.

Lo menos 120 de los 193 paises que conforman la Organización de Naciones Unidas se califican, de una u otra manera, como democracias y, sin embargo, se puede aventurar con cierta seguridad que no hay dos países que compartan sistema electoral, de hecho, Robert Dahl no llega a considerar a la mayoría como tales, utilizando, en su lugar, el término "Poliarquía".

¿Y España? Nuestra Constitución de 1978, norma de ruptura frente a un modelo político, una estructura de vertebración territorial y a poco halagüeña tradición constitucionalista decimonónica –plena de textos partidistas de poca aceptación popular y aún menor cumplimiento- se propuso, en un momento convulso, deudor del miedo a un nuevo conflicto armado, garantizar la estabilidad y pervivencia de un sistema basado en el Estado social y democrático de derecho en la que hubiera cabida a distintas opciones políticas en su seno, en el que se basaría, a la postre nuestro vigente sistema electoral.

Tras casi 33 años de vigencia, esa estabilidad y pervivencia parecen haber sido plenamente logradas, y múltiples voces reclaman una revisión de las reglas de nuestro juego electoral pero ¿Qué reforma? Y, sobre todo ¿Para qué?

En las siguientes entradas iré desgranando, por un lado las diferencias entre los principales modelos comparados, por otro el sistema español y por último, su problemática. Para poder cambiar algo, es preciso primer saber QUÉ es lo que hay y QUÉ es lo que falla.

2 comentarios:

  1. Magnífico comienzo, Carlos. Voy a compartirlo con mucha gente, así que, no dejes de escribir, porque nos dejarás con la miel en los labios.
    Un saludo

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  2. De momento, dos entradas más. A ver si antes de las elecciones liquido la serie de entradas sobre el sistema electoral y paso a otras cuestiones (no menos importantes).

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